¿Que te apetece leer?

27 jun 2010

Fotos de Nuestra Historia :D

Capítulo 5

Capítulo 5
Amanda le había encontrado por los pasillos del instituto, y el mismo se había encargado de llamar a mi madre para que viniera a buscarnos. Había decidido marcharse a casa conmigo para tranquilizarme, con la escusa de que él estaba enfermo también. Mi madre, muy preocupada por el comportamiento que había tenido la mañana de aquel mismo día, y por la llamada de mi profesora Candi para que viniera enseguida a buscarme, firmó el parte de ausencia de Diego y el mío, y nos llevó a los dos a casa. Yo no paré de llorar, hasta que Diego decidió acostarse conmigo en la cama. Y me quedé dormida, oliendo su perfume. Desperté en mi cama a las cuatro de la tarde. A mi lado estaba tumbado Diego, acariciándome el pelo. Yo un poco confusa, me recosté en la cama.
-Hola, Bella Durmiente- me saludó mi amor.
-Hola, Príncipe.
Y sonreí. Entonces él me miró a los ojos y me abrazó fuerte. Yo le besé el cuello y nos separamos.
-Cariño, ¿Qué te ha pasado en clase? Nos has dado un buen susto…
Tragué saliva cuando empecé a recordar todo lo que había sucedido horas antes. Y empecé a respirar más fuerte, asustándome por las imágenes que invadían mi mente de Sonia y Mery atormentándome. Diego se dio cuenta y me volvió a abrazar, acariciándome la espalda.
-Tranquila, cariño. Tienes toda la tarde para contármelo… No te asustes. Tómate tu tiempo…
Inspiré hondo, tranquilizándome. Al lado de Diego me sentía totalmente protegida, y casi sin miedos… Pero ahora una duda invadió mi cabeza. ¿Le contaba la verdad? ¿O le mentía como había hecho con mi madre? Esta vez pensé detenidamente en las consecuencias que tendría decírselo: a lo mejor no me creería, a lo mejor se enfadaría y, encima, a lo mejor decidiría dejarme… ¿Quién quiere una novia loca? Pero, ¿realmente Diego era así? No… Diego me creería… Él me amaba por encima de todo lo real y de lo no tan real. Pero arriesgarme a perderle… Sin embargo prometí contárselo todo… Y decidí contarle mi problema. Le conté que las vi en el hospital antes de saber que estaban muertas, que soñé con ellas, que aquella mañana y en clase, las había vuelto a ver. Le conté con lágrimas el miedo que sentía cada vez que se me acercaban a mí. Le describí el aspecto de fantasmas que tenían ahora, que sabía que estaban muertas… Y le dije las palabras exactas de Mery, al decirme que me fuera con ellas, que yo también debería estar muerta. Y tras diez minutos de explicación, Diego se quedó totalmente en blanco. Noté que le había dolido oírme hablar de su hermana de esa forma tan aterradora, y supe que había metido la pata al contárselo…
-Diego, me voy a comprar la cena, enseguida vuelvo- cortó mi madre aquel silencio, en voz baja tras la puerta.
-Está bien, Isabel…
Y mi madre se fue al supermercado. Diego dejó de mirarme a los ojos. Ahora los tenía llorosos, y confusos igual que su mente.
-Diego dime algo… por favor.
-Sara yo… creo que me tengo que ir… Tengo muchas cosas que hacer…- se fue levantando de la cama, yo le detuve nerviosa.
-No me crees ¿verdad? Olvídalo todo, Diego. Lo siento, no tenía que habértelo contado…
-Sara, da igual… Me voy. Ya hablaremos.
Y no me dio tiempo a detenerle. Cogió su mochila y se largó. Oí como cerró la puerta de mi casa dejándome sola. Y comencé a llorar.

Diego llegó a su casa medio llorando. Ni siquiera dio explicaciones a su madre sobre sus faltas de asistencia. No la quiso escuchar y se subió a su cuarto, encerrándose. Dejó la mochila en el suelo, y se tumbó en la cama. Buscó en la mesilla la foto de su hermana Mery, y suspirando y llorando comenzó a observarla una vez más, como tantas noches desde hacía más de un mes. Pensó en lo mucho que la echaba de menos, y recordó aquellas mañanas de sábados, haciendo el desayuno, juntos, para dar una sorpresa a su madre, o cuando se aconsejaban el uno al otro sobre qué ropa ponerse en las fiestas de su pueblo, las películas de miedo que veían todos los viernes… Tantos momentos juntos, como hermanos que eran. Y luego, ella se fue. Para siempre. Diego escondió su cara mojada en la almohada y encontró otra foto. La sacó para mirarla. Era mía. Diego se avergonzó de haberse enfadado conmigo. Estaba tan preciosa en esa foto. Mis ojos verdes le hipnotizaban, y le provocaban una gran sensación de paz por dentro. Diego no podía estar ni un día sin mí, y ahora me necesitaba más que nunca. Por eso, se detuvo a pensar, en que a lo mejor lo que decía podría ser cierto ¿no? Diego y Mery siempre fueron muy creyentes de los hechos paranormales. Habían visto tantos documentales de aquellas cosas extrañas que le suceden a la gente, que acabaron creyéndoselo. Y una de ellas, y de las más típicas, son las personas que tienen el poder de ver fantasmas y comunicarse con ellos. ¿Por qué no iba a ser Sara una de esas personas? Y poco a poco, observando la sonrisa de mi foto, empezó a creerme, y sentirse cada vez más culpable por haberme dejado así de sola en mi casa. Sola. De pronto, le entró el pánico. ¿Y si me había pasado algo? ¡Y todo por su culpa! Por tonterías suyas… Corriendo salió de su habitación dejando mi foto y la de Mery encima de la mesilla. Bajo las escaleras, y, cuando pasó por delante del salón, cogió una rosa del jarrón que había sobre la mesa. Y salió de casa en dirección a la mía sin dejar de correr. Cuando por fin llegó llamó a la puerta y le abrió mi madre que se sorprendió al verle en la calle:
-¡Diego! ¿Pero tú no estabas aquí con Sara?
-¡Lo siento, Isabel! ¡He tenido un percance!
-Bueno, pasa, Diego. No pasa nada. ¿Sara sigue durmiendo?
-No creo…
Y entró corriendo hacia mi habitación. Antes de entrar llamó a la puerta:
-¡No quiero hablar, mamá!- le contestó una voz llorosa.
-No soy mamá…
Yo reconocí su voz detrás de la puerta, y la abrí corriendo a pesar de lo horrorosa que estaba en ese momento. Tenía los ojos hinchados y rojos, el pelo enredado en una coleta que parecía de todo menos coleta, y la nariz y la cara húmedas totalmente. Desde que Diego se había ido enfadado yo había estado llorando todo el rato. Diego me miró, y se arrepintió muchísimo más de haberme dejado sola en casa, por un enfado tonto…
-Diego…- suspiré.
Y le abracé con el miedo en el cuerpo, de pensar que le había perdido. Le abracé como si no quisiera soltarlo nunca más. Como si lo necesitara para vivir. Y empecé a llorar, porque el corazón se me encogió ante aquellos pensamientos. A Diego en cambio, se le encogió el corazón al verme así de triste…
-Perdóname, Diego…
Y me separó de él sin mucha brusquedad y me miró a los ojos agarrándome con una mano la barbilla:
-¿Pero tú eres tonta? Si alguien tiene que pedir perdón soy yo… He sido un auténtico gilipollas… No sé ni por qué me he enfadado porque, lo he estado pensando y, te creo Sara. Y quiero apoyarte, y ayudarte en todo lo que pueda… Nunca me voy a ir de tu lado si tú no me lo pides… Y te aseguro que si me lo pides, moriré…
Le miré a los ojos. Él también había estado llorando, y estaba a punto de hacerlo. Se había arrepentido de dejarme sola. Me quería. Y yo le amaba. Intenté dejar de llorar para sonreírle, y pasé mi mano por su nuca, rozándole el pelo con la punta de mis dedos. Pasé mi otra mano por su cintura, y le empujé lentamente hacia mí. Luego, le besé, perdonándole todos los pequeños fallos que había cometido. Cuando terminamos de besarnos, nos abrazamos, y suspiramos. Estaba claro que no podíamos estar el uno sin el otro. Nos necesitábamos.
-Entonces, ¿me has perdonado?
-Diego, te he perdonado desde que no he podido evitar abrazarte.
Y un beso. Y otro. Y una rosa regalada. Y una tarde que acababa de empezar.

En otro lugar de la ciudad. A esa misma hora, exactamente en la casa de Amanda, en su Messenger apareció una ventanita que le informa de que alguien se ha conectado. Miró, sin muchas ganas, a ver quién era. Iván. El corazón le empiezó a latir con fuerza. ¿Hablaba con él? ¿No lo hacía? No necesitó preguntárselo más. El habló por ella:
‘’Hola, guapa’’
‘’Hola’’
‘’ ¿Qué tal estás? Hace mucho que no sé nada de ti…’’
‘’Yo estoy bien ¿y tú? Ya, hace mucho que no vienes con nosotros…’’
‘’ Ya bueno… es que ahora me voy con Íhan y su grupo…’’
‘’Ya me he enterado…’’
Y hubo un silencio, e Iván no aguantó más con ello:
‘’Hermanita…’’
A Amanda se le aceleró el corazón.
‘’ ¿Si…?’’
‘’Que te echo mucho de menos, y que aunque me vaya con ellos, tu y yo quedamos algún día… ¿Verdad?’’
‘’Si quieres…’’
‘’Un día te vienes con nosotros, te los pasarás bien. Bueno, me voy, Te quiero…’’
Y se desconectó. Amanda estaba que no le cabía la alegría en el pecho. La había vuelvo a llamar hermanita, le había dicho que la echaba de menos, que un día quedaría con ella… Los dos, juntos.

Capítulo 4

Capítulo 4
Pasé los dos días que quedaban de vacaciones en casa de Diego. La última noche, me fui a casa, preparé la mochila, cené y me fui a dormir muy pronto. Aquella noche, oí gritos de miedo en sueños. Me desperté agitada y sudando entre pesadillas, cinco minutos antes de que sonara el despertador. Decidí levantarme, y empezar a prepararme. Me vestí con unos pantalones piratas amarillos y una camiseta de tirantes blanca. Fui al baño que se encontraba dentro de mi habitación y comencé a lavarme la cara y luego a peinarme. Tenía el pelo bastante enredado a causa del sudor, por lo que decidí hacerme una coleta bien alta. Y cuando terminé, fui a salir del baño, pero algo me detuvo. Una sombra paso por delante de la puerta del baño entrecerrada. Un escalofrío recorrió mi espalda.
-¿Mamá? ¿Eres tú? -quise asegurarme.
Pero nadie contestó. Sin saber por qué, un aura de miedo me invadió entera, y tragando saliva decidí abrir la puerta y salir. Estaba casi temblando. Quizás había sido una alucinación, pero, ¿y si no? ¿Y si había algún ladrón? Cogí el cepillo del pelo por si tenía que defenderme y abrí un poco la puerta. Eché un vistazo por la ranura que quedaba abierta. No había nadie. Suspiré intentando volver a controlar mi respiración, pero, parte de mi cuerpo todavía permanecía alerta. El corazón me latía a mil por hora mientras abría más la puerta para salir. Me estaba poniendo muy nerviosa y ni si quiera tenía una razón para estarlo. Era pura intuición. Salí por fin, sin dejar cerrada la puerta del baño. Recorrí la habitación con la mirada buscando algún intruso. Nada. Me di cuenta de que todavía en mi mano sostenía el cepillo. Me di la vuelta para volver al baño y en ese preciso instante, la sangre se congeló en mis venas. Había dos personas muy cerca de mí. Otro escalofrío recorrió mi espalda como un latigazo. Di dos pasos hacia atrás, separándome de ellas y apuntándolas con el cepillo como si esa arma las fuera a asustar. La respiración se me empezó a acelerar, al igual que el corazón. Pero lo más aterrador vino cuando tras dar el cuarto paso hacia atrás miré a la cara a aquellas personas y reconocí sus rostros. Sólo pude chillar al ver sus pieles tan pálidas, sus ojos invadidos por horribles ojeras mirándome y sus rostros sin expresión. Mery y Sonia después de muertas se encontraban una vez más delante de mí. Esta vez tenían mucho peor aspecto que el hospital, que parecían estar vivas de verdad. Mery levantó un brazo, intentando tocarme. Yo chillé otra vez, el cepillo se me resbaló de la mano, di dos pasos más atrás y me tropecé con la mochila, haciéndome caer al suelo. Mery y Sonia comenzaron a aproximarse a mí, esta vez las dos tenían los brazos levantados y preparados para cogerme. Y de pronto, la voz de Mery retumbó en mis oídos:
-Tú nos abandonaste… Tú también tuviste que morir…
-Vente con nosotras, Sara… Dijimos siempre juntas… Que así sea…
Dos lágrimas resbalaron de mis ojos al recordar el día que juramos estar siempre juntas pasase lo que pasase. Pero yo no quería morir, no quería marcharme con ellas. Eran mis amigas, pero… me daban mucho miedo. Ellas, cada vez estaban más cerca de rozarme. Llena de terror comencé a chillar frases sin sentido:
-¡Dejadme! ¡Yo no quería que pasara! ¡No me llevéis! ¡No quiero morir! ¡Nooo!
El dedo de Mery estaba a un centímetro de mi piel, cuando mi madre abrió corriendo la puerta de mi habitación alertada. La miré con la cara empapada de llorar.
-¡Sara! ¿Qué pasa?
-¡Mamá!
Miré al frente. En cuestión de segundos Mery y Sonia habían desaparecido ya. ¿A dónde habían ido? Sollocé unos segundos más, mientras mi madre me mecía en sus brazos. Respiré hondo una y otra vez, como mi madre me había indicado para tranquilizarme. Y cuando lo hice, mi madre preguntó:
-¿Qué ha pasado, cariño?
No sabía que contestarle. Si le decía que dos fantasmas me habían aterrado con su presencia, pensaría que estaba loca. Pero ella misma me sacó de la duda, y me ofreció una muy buena respuesta:
-¿Has tenido una pesadilla?
-Sí… Una pesadilla. Me he vuelto a quedar dormida… Y he… tenido una pesadilla.
-¿Quieres que te haga una tila o algo?
-No, mamá. No quiero desayunar, llego tarde.
Y me levanté del suelo, cogí la mochila, me puse mi chaqueta y salí corriendo de esa casa de fantasmas. Mi casa. Dejando atrás a mi pobre y asustada madre, que se intuía algo muy, muy malo…
Comencé a andar muy rápidamente, todavía con algo de miedo en la sangre y demasiada confusión en la mente. Me hacía preguntas que ni yo misma entendía, y por lo tanto, no hallaba la respuesta. Una voz llamándome me sacó de aquel mar de dudas propio.
-¡Sara, espera!
Era Diego, acompañado de Amanda, mi mejor amiga, la única que me quedaba. Corrían para alcanzarme.
-¿Qué te pasa hoy? ¿No nos esperas?- dijo Amanda dándome un abrazo muy fuerte.
-Lo siento, se me ha ido la cabeza… Supongo…
-¡Y tanto! ¡Es prontísimo todavía!- dijo Diego, que me saludó con un ligero beso en los labios.
Yo lo recibí necesitándole, abrazándome a él para obtener más de su amor, y de su protección. Y funcionó, porque todo miedo y dudas, desaparecieron de mi ser. Cuando nos separamos, echamos a andar. Amanda, sumergida en sus pensamientos, decidió preguntar por alguien a quien echaba muchísimo de menos:
-¿Sabéis algo de Iván?
Iván era el novio de Sonia, el mejor amigo de Diego, y como un hermano para Amanda, pues se criaron juntos desde pequeños. Iván era guapísimo, rubio, ojos marrones claros, fuerte y alto. Era muy buena persona, y cariñoso con sus verdaderos amigos. Era de nuestro grupo: Mery, Diego, Amanda, Sonia, él y yo. Pero desde el accidente, desde que se quedó sin Sonia, no volvió a dar señales de vida. Aunque nosotros tampoco nos dimos cuenta, pues todos y cada uno de nosotros tenía dos muertes que superar…
-Yo sólo sé que estuvo una semana sin salir de casa desde el accidente, y que, ahora se va con el grupo de Íhan y sus amigos.- dijo Diego un poco disgustado.
-¿El grupo de Íhan? ¿Carolina, Alba y Dani?- preguntó Amanda sorprendida.
-Sí… por lo visto Iván ya no es lo que era. He oído por ahí que se ha enganchado al alcohol, y a los porros… Ya sabes, lo que hacen Íhan y sus amiguitos…
Y el resto del camino lo hicimos en silencio hasta llegar al instituto. Diego se fue a su clase, un año más mayor, y nosotras a la nuestra. Dejé la mochila en el suelo, apoyada en una de las patas de mi mesa al lado de la de Amanda, y me senté en mi silla. Amanda se sentó encima de la mesa mientras esperábamos a que la profesora de Lengua viniese.
-Sara, ¿te puedo pedir un favor?- me preguntó.
-Sí, claro. ¿Qué quieres?
-Quiero que hables con Iván, y le preguntes que si es verdad eso de que ahora se va con Íhan y sus amigos…
-Pero Amanda, yo nunca he tenido confianza con él, en cambio tu si…
-Lo sé, pero a pesar de la confianza que tenía con él, he estado más de un mes sin saber nada de él, y me da vergüenza hasta acercarme a él.
-Vale, tranquila… Se lo preguntaré después de clase.
-No, hazlo ahora, en clase, con una nota.
-Pero…
-Por favor, Sara…
-Está bien.
Y en ese momento la profesora Candi, la de lengua, entró y todo el mundo se sentó en sus sillas. Mientras Candi preguntaba a algunos alumnos que tal las vacaciones, yo sacaba un cuaderno y arrancaba una hoja para escribir:
‘’Hola, ¿Qué tal estas?’’.
Y se la tiré discretamente a su mesa, delante de la mía. Él la cogió, la leyó y enseguida me contestó:
‘’Hola, Sara. Bien, ¿y tú?’’
‘’Yo bien. Oye, ¿puedo preguntarte una cosa?’’
‘’Si claro…’’
‘’ ¿Ahora, te vas con Íhan y su grupo…?’’
‘’Ah… Sí, bueno, ahora salgo mucho con ellos’’
‘’Vale. ’’ Y justo cuando se la lancé a su mesa, otra nota aterrizó en la mía. De Amanda.
‘’ ¿Qué te ha dicho?’’
‘’Que si. ’’
‘’ ¿Que si qué?’’
‘’Que se va con ellos ahora…’’
Y la decepción de Amanda se vio a distancia. Mientras rompía en trocitos la notita de Amanda, y la de Iván, una nueva sensación invadió mi cuerpo… Sin saber por qué, miré por pura intuición, hacia los dos pupitres deshabitados de atrás de la clase, esperando encontrar la respuesta en ellos… Y la encontré. Mery y Sonia, aterradoras como eran ahora, me sonreían mirándome fijamente a los ojos. Pero no era una sonrisa cualquiera. Era una sonrisa que provocaba escalofríos, y, algo de temor. Era la primera vez, que sus caras presentaban algo de expresión y sin embargo, no me gustó nada. Por eso no pude contener un nuevo chillido. Vi como todo el mundo me miró sorprendido, mientras yo no dejaba de chillar. Intenté tranquilizarme, inspirando y echando aire repetidamente. Pero lo único que conseguí fue hiperventilar mal y un ataque de nervios. Las lágrimas comenzaron a caerme por los ojos, y sin pedir permiso, me levanté y salí corriendo de esa clase dejando atrás a Mery y Sonia. Dejé de correr cuando al pasar por el baño, me entraron muchas ganas de vomitar, y me metí en él echando la poca comida que me quedaba en el estómago. Cuando terminé, pensé en tranquilizarme un poco y a base de intentarlo fui lográndolo poco a poco.
-¿Estás bien?- dijo una voz detrás de mí.
Yo grité asustada de nuevo. Giré la cabeza y el alivio llegó a mí. Era Amanda, muy preocupada, que había pedido permiso a Candi para ir a ayudarme. Se arrodilló en el suelo a mi lado, y me miró con sus ojos azules llenos de amor. Amor de una verdadera amiga. Una amiga preocupada.
-¿Qué te ha pasado?- me dijo sonriéndome para tranquilizarme.
-Amanda, tengo miedo…
-¿Por qué? ¿Qué ha sucedido?
-No lo sé… Aparecen, y me asustan, y luego desaparecen. Y no puedo evitar chillar…
-Espera, espera… ¿Quién hace eso?
Y sin pensarlo un segundo, pronuncié aquellos dos nombres:
-Sonia y Mery…
Y me abracé a ella llorando sin parar. Amanda se extrañó de lo que la acababa de confesar, y, buscó una explicación lógica a mis alucinaciones.
-A lo mejor son recuerdos, Sara… Quizás pienses demasiado en ellas, y por eso crees que las ves… Es normal, solo ha pasado un mes…- y empezó a soltar lágrimas por los ojos ella también.
-No lo sé Amanda… Pero me dan mucho miedo… No son las mimas. Quieren llevarme con ellas, quieren matarme… Van con vestidos blancos… Tienen la piel demasiado pálida… Y sus ojos… tienen ojeras como moratones… Dan miedo, no son ellas…- dije entre balbuceos.
-Escucha, ¿quieres que busque a Diego para que te acompañe a casa? Quizás el pueda ayudarte…
-Sí, sí por favor…
Y en ese momento sonó el timbre de cambio de clase y Amanda salió del baño agarrándome por la cintura, sin saber muy bien que pensar, y buscando a Diego.

10 jun 2010

Capítulo 3

Al día siguiente salí del hospital con las típicas ojeras de no haber dormido nada la noche anterior. Los médicos se despidieron de mí prescribiéndome una lista de pastillas por si me ponía más nerviosa, me costaba respirar o tenía insomnio. Durante una semana mis padres tenían que estar totalmente pendientes de mí, pues después de tanto tiempo iba a dejar de depender de un equipo de médicos al lado.
Me monté en el coche de mis padres sin decir nada. Ellos estaban muy contentos de que volviera a casa. Pero yo me hundía a cada metro que recorría el coche por aquella carretera que me devolvía horribles recuerdos. Una carretera que me quitó a tres personas muy importantes. No podía aguantar el dolor y di un puñetazo a la puerta del coche. Mi madre se asustó:
-¿Estás bien?
Y me puse a llorar. ¿Quién estaría bien en mi lugar? Era una pregunta absurda. ¿Que si estaba bien? ¡Claro que no! Mis dos mejores amigas. Muertas.
-Hija...
-No, mamá. No digas nada por favor.
Y girando la esquina llegamos a mi casa. Mi padre metió el coche en el garaje, cogió mis maletas y sin decir nada subió a casa por las escaleras. Mi madre, medio llorando ella también de sólo verme a mí, me abrió la puerta y me ofreció la mano. Yo se la cogí y salí del coche. Me abracé a mi madre, y terminé de llorar, solo para que ella no se preocupara más. Subimos a casa.
-Deberías echarte en la cama, y descansar.
-De acuerdo...
Subí a mi habitación, y sentí la sensación esa que sientes cuando estás a punto de llorar. Ese corazón que se te encoge y las tripas que se hacen un nudo. Incluso sentí ganas de vomitar. Pero no vomité, y tampoco lloré, pues no me quedaban más lágrimas. Las paredes de mi habitación estaban llenas de fotos de Sonia, Mery, Amanda y yo. No podía mirarlas. Me hacían mucho daño. Eran como las rosas: son preciosas, pero pinchan y sangran. Decidí hacer caso a mi madre, y me tumbé en la cama y cerré los ojos, deseando que toda esta pesadilla se acabara. Pero no pasó, y me adentré en otra pesadilla. Caminaba por la noche, con un vestido negro y una rosa en la mano, por una carretera solitaria perdida de la mano de Dios. Caminaba sin rumbo, solo seguía la línea blanca. Tras andar, no sé cuánto tiempo, vi algo a lo lejos. Un coche un volcado. Pero no un coche cualquiera. Era el del señor Peláez, el padre de Sonia. Miré hacia el suelo. Y vi a dos personas. Sonia y Mery. Muertas. A Sonia la mató un golpe que destrozó su cabeza, y a Mery la aplastó la puerta del coche que salió volando para rajarla el pecho de par en par. Entre las dos, formaban un mar de sangre. Lo más raro de todo, es que lo que me invadió a verlas no fue tristeza, si no miedo. Mucho miedo. De pronto sentí una presencia detrás de mí. Lentamente, gira la cabeza. Unos ojos azules, y otros marrones atravesaban los míos verdes sin piedad. Sonia y Mery. Volví a mirar al suelo, asustada. También estaban ahí. Volví a girar la cabeza, y me encontré con ellas de pie. Al contrario que las que estaban en el suelo, estas Mery y Sonia no tenían ningún rasguño, y estaban vivas. O no... Y de pronto lo comprendí todo.
Desperté una hora después chillando y sudando. Me senté sobre la cama. Dirigí la mirada hacia mis piernas, recordando el sueño. ¿Qué significaría? Repentinamente, una mano se posó sobre una de mis piernas, y me acarició consolándome. Mi madre, pensé.
-Mama, gracias...
Y cuando fui a mirarla, la gran sorpresa. No era ella, si no unos ojos marrones, con los que acaba de soñar. Mery, mirándome sin expresión, pero aterrándome por dentro. Chillé, mucho más fuerte que antes. Me levanté, despertándome esta vez de verdad, y corriendo, salí de la habitación.
-¿Qué pasa, Sara? ¿Por qué chillas?-me preguntó mi madre alterada y asustada mientras yo bajaba las escaleras a toda leche.
Yo no respondí. Simplemente seguí corriendo y salí de casa. Corría cada vez más rápido por la calle, aunque me estaba ahogando. Mi cuerpo entero se convirtió en pánico y en mi cabeza sólo estaba la imagen de Mery impasiva, mirándome. ¿Pero qué estaba pasando? Era la segunda vez que la veía, después de haber muerto. No sabía a dónde iba, mis piernas me guiaban. Giré una esquina y empecé a correr en medio de la carretera. Los coches me pitaban destrozándome los oídos. Pero no hacía caso a los hombres que me chillaban. Yo sólo quería correr. De repente, cuando los pulmones no podían más y me dolían por falta de aire, se puso a llover. Las gotas de agua caían en mi cara y se mezclaban con mis lágrimas. Y me di cuenta de que estaba haciendo lo mismo que en el sueño que acababa de tener. Y recordándolo todo, creí entender lo que pasaba. El corazón me obligó a parar en medio de la carretera. Mery y Sonia estaban muertas. Pero yo las veía. Quizás...
Y empecé a chillar y caí de rodillas al suelo. El escándalo no era más grande que mi dolor. Los vecinos salían de sus casas a mirar qué sucedía. Alguien a mi derecha, una mujer de unos cuarenta y cinco años, delgada y con muy mal aspecto, abrió la puerta de su casa ella también, y se sorprendió al verme. Vino andando con un paso ligero y cruzó la carretera hasta llegar a mí.
-Sara...-me dijo mientras ponía su mano en mi hombro empapado.
Y yo reconocí esa voz. Elisa. La madre de Mery. Y de Diego. Y sentí la necesidad de ver a mi novio desesperadamente. Así que dejé de chillar, y me abracé a ella, en un intento de encontrar el calor y el amor que necesitaba en esos momentos. Las dos nos pusimos a llorar e instantes después nos levantamos y entramos a su casa. Fuimos a la cocina para no empapar el salón.
-Traeré una toalla para secarte y algún pijama mío para que te pongas. Quédate aquí, enseguida vuelvo.
Así fue, en pocos minutos volvió con una toalla y un pijama suyo.
-Creo que es el único que te vale. ¿Sabe tu madre que estás aquí?
-No... He salido corriendo... Lo siento mucho.
-Bueno llamaré a tu madre y la diré que te quedas a dormir...
-De acuerdo. Muchas gracias, Elisa.
Se iba a ir, pero de pronto me di cuenta de por qué había llegado a parar aquí, así que la paré:
-¡Espera! ¿Está Diego en casa?
-Sí, está en su cuarto. No sale de ahí desde el...
Nos quedamos en silencio. Elisa decidió romper el hielo:
-Bueno iré a llamar a tu madre. Ve a ver a Diego, seguro que se alegra de que estés aquí.
Y desapareció en el salón con la intención de entretenerse llamando a mi madre para no recordar la desgracia que abarcaba a esa familia.
Suspiré, me sequé la cara y el pelo con la toalla, y me puse el pijama que la madre de Diego me prestó. Doblé la toalla y la dejé sobre una silla de la cocina. Elisa estaba llamando a mi madre. Tenía los ojos llorosos. Me fui a la entrada, para mirar mi aspecto en el espejo que había allí. Estaba realmente horrorosa. Tenía la cara roja, el pelo mojado y despeinado, y los ojos llorosos e hinchados. A pesar de todo, me armé de valor y subí a la habitación de Diego. Cuando llegué a su puerta, cerrada, pensé que iba a ser realmente duro volver a verle, pero lo deseaba con todas mis fuerzas. Así que llamé.
-Adelante...-me contestó su voz apagada.
Abrí, tan lentamente e insegura de mi misma, que sentía que había pasado mil años cuando por fin con la puerta abierta lo vi. Estaba tumbado boca abajo con una foto en la mano y la mirada perdida en ella.
-Diego...-suspiré.
Y todo fue instantáneo. Reconoció mi voz y se levantó de la cama con la misma velocidad que yo me tiré a sus brazos. Inspiré su perfume, incrustado en su suave piel y quise besarle, pero solo pude llorar. Llorar en su hombro, como él lo hizo en el mío.
-Mi niña, princesa. Pensé que a ti también te perdía... he sufrido tanto...
-¿Por qué no viniste a verme?
Y me arrepentí muchísimo de habérselo reprochado. Él suspiró y se secó las lágrimas. Se separó de mí para sentarse en el borde de la cama y me cogió por la cintura, haciendo que me sentara en sus rodillas. Me abrazó como pudo y me dijo:
-Sara, lo siento mucho. Siento no haberte visitado todos los días. Pero mi hermana ha muerto. Y tú estabas en coma. Tenía tanto miedo de ir y encontrarme una camilla vacía... Porque no has sobrevivido. La cobardía pudo conmigo y no quise saber nada de ti, sólo por el dolor que me producía saber que estabas así. Sé que he sido un imbécil. Pero has de saber que ahora soy el hombre más feliz sintiéndote viva y, cerca de mí. ¿Podrás perdonarme?
-Diego, te he perdonado desde que no he podido aguantar las ganas de abrazarte. No soy nada sin ti. Siento tanto todo lo que ha pasado... Te amo.
-Lo daría todo por pasar cada segundo a tu lado. Tengo una idea, ¿quieres quedarte a cenar?
-Tu madre ha llamado a la mía. Me quedo a dormir. A tu lado.
-¡Te he echado tanto de menos!
Y mientras caía una lágrima, un beso la recogía. Y la noche dijo hola, mientras yo dormía tranquila, en su cama, a su lado.