¿Que te apetece leer?

27 jun 2010

Capítulo 4

Capítulo 4
Pasé los dos días que quedaban de vacaciones en casa de Diego. La última noche, me fui a casa, preparé la mochila, cené y me fui a dormir muy pronto. Aquella noche, oí gritos de miedo en sueños. Me desperté agitada y sudando entre pesadillas, cinco minutos antes de que sonara el despertador. Decidí levantarme, y empezar a prepararme. Me vestí con unos pantalones piratas amarillos y una camiseta de tirantes blanca. Fui al baño que se encontraba dentro de mi habitación y comencé a lavarme la cara y luego a peinarme. Tenía el pelo bastante enredado a causa del sudor, por lo que decidí hacerme una coleta bien alta. Y cuando terminé, fui a salir del baño, pero algo me detuvo. Una sombra paso por delante de la puerta del baño entrecerrada. Un escalofrío recorrió mi espalda.
-¿Mamá? ¿Eres tú? -quise asegurarme.
Pero nadie contestó. Sin saber por qué, un aura de miedo me invadió entera, y tragando saliva decidí abrir la puerta y salir. Estaba casi temblando. Quizás había sido una alucinación, pero, ¿y si no? ¿Y si había algún ladrón? Cogí el cepillo del pelo por si tenía que defenderme y abrí un poco la puerta. Eché un vistazo por la ranura que quedaba abierta. No había nadie. Suspiré intentando volver a controlar mi respiración, pero, parte de mi cuerpo todavía permanecía alerta. El corazón me latía a mil por hora mientras abría más la puerta para salir. Me estaba poniendo muy nerviosa y ni si quiera tenía una razón para estarlo. Era pura intuición. Salí por fin, sin dejar cerrada la puerta del baño. Recorrí la habitación con la mirada buscando algún intruso. Nada. Me di cuenta de que todavía en mi mano sostenía el cepillo. Me di la vuelta para volver al baño y en ese preciso instante, la sangre se congeló en mis venas. Había dos personas muy cerca de mí. Otro escalofrío recorrió mi espalda como un latigazo. Di dos pasos hacia atrás, separándome de ellas y apuntándolas con el cepillo como si esa arma las fuera a asustar. La respiración se me empezó a acelerar, al igual que el corazón. Pero lo más aterrador vino cuando tras dar el cuarto paso hacia atrás miré a la cara a aquellas personas y reconocí sus rostros. Sólo pude chillar al ver sus pieles tan pálidas, sus ojos invadidos por horribles ojeras mirándome y sus rostros sin expresión. Mery y Sonia después de muertas se encontraban una vez más delante de mí. Esta vez tenían mucho peor aspecto que el hospital, que parecían estar vivas de verdad. Mery levantó un brazo, intentando tocarme. Yo chillé otra vez, el cepillo se me resbaló de la mano, di dos pasos más atrás y me tropecé con la mochila, haciéndome caer al suelo. Mery y Sonia comenzaron a aproximarse a mí, esta vez las dos tenían los brazos levantados y preparados para cogerme. Y de pronto, la voz de Mery retumbó en mis oídos:
-Tú nos abandonaste… Tú también tuviste que morir…
-Vente con nosotras, Sara… Dijimos siempre juntas… Que así sea…
Dos lágrimas resbalaron de mis ojos al recordar el día que juramos estar siempre juntas pasase lo que pasase. Pero yo no quería morir, no quería marcharme con ellas. Eran mis amigas, pero… me daban mucho miedo. Ellas, cada vez estaban más cerca de rozarme. Llena de terror comencé a chillar frases sin sentido:
-¡Dejadme! ¡Yo no quería que pasara! ¡No me llevéis! ¡No quiero morir! ¡Nooo!
El dedo de Mery estaba a un centímetro de mi piel, cuando mi madre abrió corriendo la puerta de mi habitación alertada. La miré con la cara empapada de llorar.
-¡Sara! ¿Qué pasa?
-¡Mamá!
Miré al frente. En cuestión de segundos Mery y Sonia habían desaparecido ya. ¿A dónde habían ido? Sollocé unos segundos más, mientras mi madre me mecía en sus brazos. Respiré hondo una y otra vez, como mi madre me había indicado para tranquilizarme. Y cuando lo hice, mi madre preguntó:
-¿Qué ha pasado, cariño?
No sabía que contestarle. Si le decía que dos fantasmas me habían aterrado con su presencia, pensaría que estaba loca. Pero ella misma me sacó de la duda, y me ofreció una muy buena respuesta:
-¿Has tenido una pesadilla?
-Sí… Una pesadilla. Me he vuelto a quedar dormida… Y he… tenido una pesadilla.
-¿Quieres que te haga una tila o algo?
-No, mamá. No quiero desayunar, llego tarde.
Y me levanté del suelo, cogí la mochila, me puse mi chaqueta y salí corriendo de esa casa de fantasmas. Mi casa. Dejando atrás a mi pobre y asustada madre, que se intuía algo muy, muy malo…
Comencé a andar muy rápidamente, todavía con algo de miedo en la sangre y demasiada confusión en la mente. Me hacía preguntas que ni yo misma entendía, y por lo tanto, no hallaba la respuesta. Una voz llamándome me sacó de aquel mar de dudas propio.
-¡Sara, espera!
Era Diego, acompañado de Amanda, mi mejor amiga, la única que me quedaba. Corrían para alcanzarme.
-¿Qué te pasa hoy? ¿No nos esperas?- dijo Amanda dándome un abrazo muy fuerte.
-Lo siento, se me ha ido la cabeza… Supongo…
-¡Y tanto! ¡Es prontísimo todavía!- dijo Diego, que me saludó con un ligero beso en los labios.
Yo lo recibí necesitándole, abrazándome a él para obtener más de su amor, y de su protección. Y funcionó, porque todo miedo y dudas, desaparecieron de mi ser. Cuando nos separamos, echamos a andar. Amanda, sumergida en sus pensamientos, decidió preguntar por alguien a quien echaba muchísimo de menos:
-¿Sabéis algo de Iván?
Iván era el novio de Sonia, el mejor amigo de Diego, y como un hermano para Amanda, pues se criaron juntos desde pequeños. Iván era guapísimo, rubio, ojos marrones claros, fuerte y alto. Era muy buena persona, y cariñoso con sus verdaderos amigos. Era de nuestro grupo: Mery, Diego, Amanda, Sonia, él y yo. Pero desde el accidente, desde que se quedó sin Sonia, no volvió a dar señales de vida. Aunque nosotros tampoco nos dimos cuenta, pues todos y cada uno de nosotros tenía dos muertes que superar…
-Yo sólo sé que estuvo una semana sin salir de casa desde el accidente, y que, ahora se va con el grupo de Íhan y sus amigos.- dijo Diego un poco disgustado.
-¿El grupo de Íhan? ¿Carolina, Alba y Dani?- preguntó Amanda sorprendida.
-Sí… por lo visto Iván ya no es lo que era. He oído por ahí que se ha enganchado al alcohol, y a los porros… Ya sabes, lo que hacen Íhan y sus amiguitos…
Y el resto del camino lo hicimos en silencio hasta llegar al instituto. Diego se fue a su clase, un año más mayor, y nosotras a la nuestra. Dejé la mochila en el suelo, apoyada en una de las patas de mi mesa al lado de la de Amanda, y me senté en mi silla. Amanda se sentó encima de la mesa mientras esperábamos a que la profesora de Lengua viniese.
-Sara, ¿te puedo pedir un favor?- me preguntó.
-Sí, claro. ¿Qué quieres?
-Quiero que hables con Iván, y le preguntes que si es verdad eso de que ahora se va con Íhan y sus amigos…
-Pero Amanda, yo nunca he tenido confianza con él, en cambio tu si…
-Lo sé, pero a pesar de la confianza que tenía con él, he estado más de un mes sin saber nada de él, y me da vergüenza hasta acercarme a él.
-Vale, tranquila… Se lo preguntaré después de clase.
-No, hazlo ahora, en clase, con una nota.
-Pero…
-Por favor, Sara…
-Está bien.
Y en ese momento la profesora Candi, la de lengua, entró y todo el mundo se sentó en sus sillas. Mientras Candi preguntaba a algunos alumnos que tal las vacaciones, yo sacaba un cuaderno y arrancaba una hoja para escribir:
‘’Hola, ¿Qué tal estas?’’.
Y se la tiré discretamente a su mesa, delante de la mía. Él la cogió, la leyó y enseguida me contestó:
‘’Hola, Sara. Bien, ¿y tú?’’
‘’Yo bien. Oye, ¿puedo preguntarte una cosa?’’
‘’Si claro…’’
‘’ ¿Ahora, te vas con Íhan y su grupo…?’’
‘’Ah… Sí, bueno, ahora salgo mucho con ellos’’
‘’Vale. ’’ Y justo cuando se la lancé a su mesa, otra nota aterrizó en la mía. De Amanda.
‘’ ¿Qué te ha dicho?’’
‘’Que si. ’’
‘’ ¿Que si qué?’’
‘’Que se va con ellos ahora…’’
Y la decepción de Amanda se vio a distancia. Mientras rompía en trocitos la notita de Amanda, y la de Iván, una nueva sensación invadió mi cuerpo… Sin saber por qué, miré por pura intuición, hacia los dos pupitres deshabitados de atrás de la clase, esperando encontrar la respuesta en ellos… Y la encontré. Mery y Sonia, aterradoras como eran ahora, me sonreían mirándome fijamente a los ojos. Pero no era una sonrisa cualquiera. Era una sonrisa que provocaba escalofríos, y, algo de temor. Era la primera vez, que sus caras presentaban algo de expresión y sin embargo, no me gustó nada. Por eso no pude contener un nuevo chillido. Vi como todo el mundo me miró sorprendido, mientras yo no dejaba de chillar. Intenté tranquilizarme, inspirando y echando aire repetidamente. Pero lo único que conseguí fue hiperventilar mal y un ataque de nervios. Las lágrimas comenzaron a caerme por los ojos, y sin pedir permiso, me levanté y salí corriendo de esa clase dejando atrás a Mery y Sonia. Dejé de correr cuando al pasar por el baño, me entraron muchas ganas de vomitar, y me metí en él echando la poca comida que me quedaba en el estómago. Cuando terminé, pensé en tranquilizarme un poco y a base de intentarlo fui lográndolo poco a poco.
-¿Estás bien?- dijo una voz detrás de mí.
Yo grité asustada de nuevo. Giré la cabeza y el alivio llegó a mí. Era Amanda, muy preocupada, que había pedido permiso a Candi para ir a ayudarme. Se arrodilló en el suelo a mi lado, y me miró con sus ojos azules llenos de amor. Amor de una verdadera amiga. Una amiga preocupada.
-¿Qué te ha pasado?- me dijo sonriéndome para tranquilizarme.
-Amanda, tengo miedo…
-¿Por qué? ¿Qué ha sucedido?
-No lo sé… Aparecen, y me asustan, y luego desaparecen. Y no puedo evitar chillar…
-Espera, espera… ¿Quién hace eso?
Y sin pensarlo un segundo, pronuncié aquellos dos nombres:
-Sonia y Mery…
Y me abracé a ella llorando sin parar. Amanda se extrañó de lo que la acababa de confesar, y, buscó una explicación lógica a mis alucinaciones.
-A lo mejor son recuerdos, Sara… Quizás pienses demasiado en ellas, y por eso crees que las ves… Es normal, solo ha pasado un mes…- y empezó a soltar lágrimas por los ojos ella también.
-No lo sé Amanda… Pero me dan mucho miedo… No son las mimas. Quieren llevarme con ellas, quieren matarme… Van con vestidos blancos… Tienen la piel demasiado pálida… Y sus ojos… tienen ojeras como moratones… Dan miedo, no son ellas…- dije entre balbuceos.
-Escucha, ¿quieres que busque a Diego para que te acompañe a casa? Quizás el pueda ayudarte…
-Sí, sí por favor…
Y en ese momento sonó el timbre de cambio de clase y Amanda salió del baño agarrándome por la cintura, sin saber muy bien que pensar, y buscando a Diego.

No hay comentarios:

Publicar un comentario